Wednesday, October 18, 2006

El amante filósofo


Lilith lo conocía de tiempo atrás. Al principio se encontraban en lo alto de esa loma, donde ambos reflexionaban en silencio sobre el por qué de las cosas. Cada uno encontraba su espacio y no hablaban, se concentraban en sus propios pensamientos. Luego comenzaron las miradas furtivas, el estudio del otro y su presencia a la distancia; las sonrisas traviesas y finalmente el cruce de palabras.

Él, algunas lunas más joven, tenía una luz de inteligencia en la mirada y la casta bravía de sus antepasados. Portaba el garbo que Lilith acostumbraba ver en algunas aves o en criaturas míticas, como el centauro; Alto, esbelto, fuerte. Siempre erguido, perfecto y con el bello mentón hacia arriba, como retando a la vida a cada paso.

Un buen día, cuando Lilith le daba la espalda para marcharse, la llamó por su nombre. Luego tomó gentil su mano y pasaron horas hablando de todo y de nada, del mundo. Echaron a andar y mientras deshilaban algunas ideas, la llevó a su hogar. Le mostró su mente plasmada en textos, dibujos y su espacio.

Surgió la amistad, la confianza. Poco a poco se fueron identificando hasta compartir mucho más allá que la loma. Usaban las mismas palabras, ideas y hasta algunos hábitos. Así hicieron de ese promontorio su espacio particular, que compartían sin invadirse. Se conducían en perfecta sincronía (lo que en Oriente se conoció después como el Ying y el Yang), hasta el día que la desnudez del cuerpo comenzó a notarse, habían terminado de desnudar su mente.

"No había notado antes que..." solían pensar ambos, mientras sin querer miraban el cuerpo que tenían frente a sí por largo tiempo.

En una ocasión, él le mostraba uno de sus libros y se acercó a oler su cabello. Ella, al sentirlo tan cerca y con una vibra distinta, se estremeció a penas. Luego llegó el beso. Tomando con la mano su largo y esbelto cuello, él la acercó a su boca y la besó. Primero suavemente, como una caricia, y más tarde con fuerza. Ya no quedaba un sólo espacio entre ellos, ahora sí eran uno.

Él dejaba a Lilith moverse a su antojo, hacer su voluntad aunque de cuando en cuando, dejaba sentir sus manos sobre su piel y con firmeza apenas perceptible, la guiaba a una postura diferente. El ritmo era perfecto, la comunión casi milagrosa. Parecían hechos a la medida del otro, uno sólo y dos al mismo tiempo.

Increíblemente Lilith sintió como nunca antes y él lograba culminar sus más fervientes sueños. Todo era nuevo.

Así compartieron varias lunas y aprendieron formas distintas de tomarse, de tocarse y aún, de hacerse plenos. También hablaban por horas, pero ahora recostados uno junto al otro, tomados de la mano.

Lilith no pensaba en nadie más. Estaba aprendiendo y disfrutando tanto, que nunca se dió cuenta que estaba abandonando su preciosa libertad para consagrar su mente a un sólo ser y todo ello por decisión propia, casi sin pensar... ¿Sin pensar? ¡vaya logro!

Su mente se había expandido con la de él, de tal forma que ya compartían territorios y espacios, mientras los cuerpos se acoplaban. Sólo había algo que la inquietaba; cuando él preguntaba cada vez con más insistencia "¿en qué piensas?", matando con ello los silencios antes compartidos.

Fue una cálida noche que, luego de lograr un placer mayor que los ya conocidos le dijo, con su voz bien modulada y varonil "Cuando te marchas me siento sólo, Lilith".

Primer aviso, su columna se pone tensa...

"Lo he pensado mucho y te necesito. Ven conmigo, quédate a mi lado. Te ofrezco lo que soy, nada eterno; sólo lo que soy y lo que vayamos descubriendo juntos. Sin embargo, como a ti, me gustan ciertos momentos de soledad de vez en cuando. Sé que comprenderás cuando lleguen".

Lilith lo pensó y lo supo entonces "¿si esos momentos no son tan sincronizados como hasta ahora? ¿Tendré que decirle siempre en qué estoy pensando? La lucha, la medida de fuerzas y voluntades, la angustia sin sentido, la fractura...No".

Ella lo miró a los ojos y se dedicó a actuar como si no lo hubiera escuchado; como si él nunca hubiera pronunciado esas frases y así, finalmente Lilith dejó de aparecer por la loma.

Con el tiempo volvió y lo encontró como siempre, sentado al borde del vacío, con la mirada puesta en el horizonte y en silencio. Así lo había conocido. Todo volvió al inicio, a los espacios propios y al devenir interno, pero con espacios que ya no llenaban sólo las teorías, también ciertos recuerdos.

Está en silencio el amante filósofo; La primera mujer medita callada. Comparten el mismo espacio, pero al final del día vuelven al propio.Tal como al principio y aún... diferente. El silencio ya no es el mismo.